París, 9 oct (EFE). – Una cabeza colosal de cinco toneladas nos da la bienvenida a la exposición más importante de la desconocida civilización olmeca jamás hecha en Europa. La mayoría de sus piezas nunca han dejado las salas de los museos mexicanos y lo hacen ahora para entrar al museo Quay Branly-Jacques Chirac de París.
«Las esculturas que se exponen en ‘Los Olmecas y las culturas del Golfo de México’, pertenecen a los vestigios de la cultura más antigua de Mesoamérica y quizá la más influyente», asegura la comisaria de la exposición, Cora Falero, en una entrevista a Efe.
Cuando Hernán Cortés llegó a la isla de Cozumel, en la costa de la península del Yucatán, en 1521, hacía mil años que la civilización olmeca había decaído, pero su cultura estaba muy presente a través de los mayas y los aztecas en el momento del contacto.
Se calcula que surgió alrededor del año 1.600 a.C. y su declive se fecha en el 400 a.C. por motivos desconocidos, aunque se atribuyen a su mezcla con otras culturas del Golfo. Motivo por el cual sus influencias llegaron hasta la llegada los españoles a la zona, donde convivían 16 pueblos, cada uno con su propia lengua.
«La cultura maya y la mexicana son mucho más conocidas, por eso es tan importante esta exposición porque, tanto en México como fuera, todavía hay mucho por descubrir acerca de los olmecas», afirma Falero.
NUNCA SE HA DESCIFRADO SU LENGUAJE
Pese a su relevancia, son muchos los misterios y enigmas que rodean esta civilización considerada «madre» para muchos historiadores. Nunca se ha podido descifrar el lenguaje que plasmaban en piedra mediante símbolos y dibujos.
A día de hoy, tampoco se ha podido leer por completo su calendario, que precedió a la versión maya, más conocida por sus presagios.
Sin embargo sí se conoce que otra de sus formas de comunicación se materializaba a través de sus esculturas, con las que enviaban mensajes por la posición perpendicular en la que eran colocadas, y como fueron encontradas guardando las puertas de ciudades como La Venta o San Lorenzo.
Son las llamadas «Azuzules», mitad hombre y mitad felino. La mayoría aparecen sentadas, con las manos en forma de garra de jaguar, el animal predominante en la zona que para los olmecas simbolizaba el poder.
La distancia a la que se encuentran los asentamientos descubiertos hasta ahora da una idea del vasto territorio que ocuparon, que principalmente engloba los actuales estados de Veracruz, Tabasco y Oaxaca, aunque se han hallado estatuas olmecas en todo México e incluso en lugares de Costa Rica y Honduras.
La zona que ocuparon es extremadamente fértil, ya que llueve de forma abundante y está irrigada por múltiples ríos, lo que explica el extendido culto de esta civilización al agua que representaron con estatuas en forma de cuencos y recipientes con signos y expresiones faciales humanas.
MÁS DE 300 PIEZAS DE HASTA 2.000 AÑOS DE ANTIGÜEDAD
Cubriendo un periodo de más de 2.500 años, la exposición, que ocupará varias salas del museo Quay Branly hasta el 25 de julio de 2021, lleva a los parisinos de viaje al otro lado del Atlántico, a falta de poder hacerlo por la pandemia, a través de mapas, vídeos y fotos de expediciones arqueológicas y, principalmente, con esculturas.
El viaje permite descubrir las estatuas de madera más antiguas encontradas en Mesoamérica, que datan del 1.200 a.C., objetos y figuras hechos de jade, un material semiprecioso que estas culturas ya utilizaban hace más de dos mil años.
Las piezas olmecas vuelven a convivir en el espacio-tiempo en las salas del museo parisino con los huastecas, otra civilización precolombina con la que tuvieron contacto y que hace dos mil años ocupaba el norte del estado de Veracruz.
A diferencia de los olmecas, los huastecas trabajaban mucho más la piedra, moldeando esculturas mucho más esbeltas y detalladas que nos han permitido conocer cómo se vestían, cómo se peinaban y las joyas que llevaban.
La primera pieza de esta civilización expuesta en el museo se diferencia de las anteriores por el detalle del tatuaje de su brazo, las dilataciones en los lóbulos de las orejas y la expresión de su cara con los ojos cerrados. Se trata del «Adolescente huasteca», una escultura que se asocia al culto al dios del maíz.
Este cereal, base de la alimentación de estos pueblos, está muy presente en el resto del recorrido que finaliza con la «Mujer Escarificada», una escultura que se cree se hizo pedazos y se colocó en un sarcófago de piedra, hundido en un arroyo, para pedir agua y fertilidad.
«Cuando el visitante acabe el recorrido, podrá distinguir entre una figura olmeca y cualquier otra realizada por las civilizaciones mesoamericanas», destaca la historiadora Falero.
Josep Puig